ENRIQUE RAMOS
Si no sobra, falta
Frase típica de madre/abuela ante las mesas de estas fiestas
La tradición familiar de un servidor tiene el origen de la frase que subtitula esta columna enraizada en el imaginario gallego de matriarcas bravas que a cada oportunidad de familias reunidas en torno a una mesa preparaban comida para, al menos, el cuádruple de los comensales convocados. Andando con el tiempo, me he dado cuenta de que no solo las madres y abuelas gallegas tienen esa frase o aquella otra parecida “o que farta é o que sobra” (lo que llena, lo que harta, es lo que sobra) en su recetario de multitudes: he podido comprobar que madres y abuelas en Astorga y en otros lados hacen exactamente lo mismo y con exactamente los mismos argumentos en situaciones similares.
A estas alturas, ya las porciones de turrón cortado empiezan a rezumar almíbar en esa bandeja-almoneda que agrupa a todos los dulces sobrantes de los sucesivos banquetes y que es tan navideña en los hogares de España como el belén o el árbol cuajado de espumillón. Este año, y en una “escalera de Jacob” infinita otra vez más, los precios para adornar es “cuerno de la abundancia” que debe ser toda mesa navideña que se precie, han sido descomunales. Dicen las sesudas consultorías de las asociaciones de consumidores que una cena navideña tipo se ha podido encarecer un 50% respecto del año pasado.
¿Tanto? Seguramente dependerá también de lo que comamos. De si queremos percebe gallego de Corme, nos conformamos con el marroquí microscópico y lleno de piedras, o directamente, pasamos de los percebes y buscamos alternativas más asequibles. En todo caso, es cierto que la mesa de Navidad se ha puesto por las nubes porque la de antes de Navidad y la de después, ya lo estaba y lo estará.
En estas fechas tan entrañables, las comidas y cenas familiares usurpan a la barra del bar el trono desde el que arreglar el país, el continente y el universo. La metáfora del cuñado liendre que de todo habla y de nada entiende, nació precisamente en los banquetes familiares de estas fechas: cuando fermentados y destilados rebajan las defensas sociales y nos muestran a cada uno lo que somos realmente, emerge siempre la figura del cuñado que tiene solución para todo lo que ocurre y va a ocurrir.
Y como no podía ser de otra manera, el asunto de los precios ha sido uno de los recurrentes en la cena del pasado miércoles. “¿Qué hace el gobierno para que la vida no se ponga tan cara?” truena el hermano político repitiendo como papagayo algo que ha oído o le han dicho por ahí. Ya se lo digo yo: nada. Y no hacen nada porque estamos en un sistema de libre mercado del que todos, incluso el cuñado a los mandos, está muy contento y feliz. Si el gobierno hiciera algo con los precios sería intervenirlos y eso, amigos, es comunismo. Amigo cuñado: ¿estás abogando por una intervención del estado en los precios? Eso lo hacía Stalin. Con un éxito relativo por lo que parece, porque el mercado negro y la escasez parecían habituales en la URSS. Mira: no es solo comunismo, también lo hacía el general Franco después de la Guerra Civil con el racionamiento y los precios tasados por la Fiscalía Superior de Tasas. Pero parece que las cosas no iban mejor y la escasez y el estraperlo fueron nuestra seña de identidad mientras duró aquello. Oye, fue acabarse y acabar la miseria.
Que en este mundo globalizado la gran distribución sea quien dicta qué, cómo, cuándo y a qué precio podemos comer es una de las grandes anomalías del sistema. Pero si un representante del Estado pretende meter un tijeretazo a la desmedida voracidad del señor Carrefour, el señor Mercadona, el señor Alcampo, el señor Corte Inglés, el señor Alimerka o el señor Eroski, se va a encontrar con las salvaguardas de la Unión Europea, del estado español, que dicen que vigilan mucho la competencia ¿Qué competencia? Si todos ellos se ponen de acuerdo en la presión del pie que se apoya en el pescuezo de las clases populares. Ahí sí que tienen claro qué hacer cada uno de ellos; desde que las familias italianas, judías e irlandesas se repartieron todos los negocios ilegales en Nueva York, pocos sistemas funcionan con una precisión tan meridiana. Y encima, éstos, manejan como títeres a los que escriben los boletines oficiales; ya no necesitan matar directamente; nos pueden ir dejando morir
El círculo de la estafa está cerrado. Los que están mandando no hacen nada primero porque no pueden y, aunque pudieran, los mismos cuñados que les dicen que hagan algo, serían los que les dirían de todo en el caso de que se disfrazasen de estado interventor; pero es que los que están enfrente pueden hacer lo mismo, es decir, nada. Nadie va a embridar a una distribución que se encarga de robar al productor pagándole miserias por lo que saca de la tierra y después se encarga de robar al consumidor multiplicando de manera obscena su margen. Y mucho menos los políticos títeres que están bailándoles el agua. Están a sueldo hoy y siempre.



