Pasando el puerto – M. A. Macía
Si cualquiera de nosotros hubiera sacado adelante una empresa conocería con nitidez los esfuerzos y fatigas de tan duro camino. Desde los inicios abrumadores donde todo eran miedos y amenazantes precipicios hasta las noches sin dormir con los formularios de cotización dando vueltas en el techo, como dicen que vuelan los buitres sobre el desfallecido. Preocupaciones constantes presididas por esa manía de pretender controlarlo todo, que nada escape a la desatención, que la improvisación encaje en los procedimientos y sobre todo que el cliente salga satisfecho y los empleados y proveedores cobren por lo suyo. Una navegación tormentosa en un océano de normas y reglamentos sometida al rigor del cierre trimestral y los cambios de ritmo de reguladores lejanos que dictan leyes como quien se peina. Viviendo estas experiencias quizá cambiara la percepción habitual que se generaliza con excesiva pasión sobre la figura empresarial; tan tendente ella, por cierto, a mostrar sólo la cara amable y a ocultar los sacrificios anteriores. De recorrer ese camino se comprendería la indignación que provoca ver como se malgasta el dinero en determinados territorios dejando a otros a la quinta pregunta. De haber recorrido el camino empresarial -o simplemente cualquier camino- dolería en el alma admitir que la desigualdad es ahora una forma de moderno progresismo.
