J.J.A. PERANDONES – La tolva
En la plaza del Pesebre de Belén, el pasado día 6, su alcalde, el cristiano Maher Canawati, encendió el árbol navideño, después de dos años de muerte y oscuridad; y para esta ciudad de Tierra Santa, donde los seguidores de Jesús cada vez sufren más dificultades y la diáspora, también de pobreza, dado que el turismo es su principal recurso económico. No deja de ser un signo de esperanza que palestinos cristianos y musulmanes se unieran esa noche a los nativos para honrar a las decenas de miles de muertos y rezar o suspirar, cada cual con su credo o conciencia, por una paz duradera. En el pesebre de Belén está la cuna de una religión y de una civilización que aúna en la historia, el arte, las costumbres, a 2500 millones de personas. Nuestra ciudad misma, estos días es una gota de agua de ese océano humano, común y diverso. De los 769 inmigrantes, de nuestra vecindad, 570, católicos en su mayoría, ortodoxos y protestantes, celebrarán, en gran número la Navidad, con la reunión familiar y tradiciones propias; no faltará quienes acudan a los oficios religiosos. Los colombianos degustarán el pavo asado y buñuelos, los venezolanos las hallacas y la torta negra, los búlgaros encontrarán en el interior de los panes un papelillo con los augurios del año venidero…; chispeará el árbol, se contemplarán los nacimientos, y en la calle, para todos, villancicos, magos, luces multicolor y la visita de los Reyes Magos.



