J.J.A. PERANDONES – La tolva
Del norte y del sur, ha llovido sobre la ciudad parte de la ceniza de las más de 100.000 ha quemadas, y ha estado velada por el humo. Nada relevante para los pueblos cuyos parajes, incluso casas y patrimonio, se han calcinado. El anterior equilibrio entre el hombre, los animales y la naturaleza, para la preservación y provecho del medio natural, no existe. Hubo un tiempo en el que todos los huertos y fincas estaban sembrados, no era esquilmado el terreno con pinares y se asignaban los quiñones; las cabras comían los brotes, abundaban los pastos y se hacían quemas en el monte anuales, controladas. Hoy se multiplican los incendiarios y apenas si hay habitantes, salvo en el estío, cuando se reúnen las familias en los patios y se festeja al patrón, hasta con traje costumbrista. Ante la insuficiencia de medios, por no haberlos previsto debidamente la Autonomía, o resultar imposibles, los vecinos se arrestan a acotar sus pueblos para contener las llamas. Responden sin tregua, en ocasiones con consecuencias mortales, los forestales (¡tan desatendidos!), los bomberos, nacionales y de la UE, los soldados y cuerpos de seguridad. Y se acoge a los que se han quedado a la intemperie, como sucede estos días en nuestra ciudad. Solventar semejantes desastres requeriría una gestión garantizada; acaso la recuperación por el Gobierno de competencias, y una estrategia en varias legislaturas. Pero eso ya es harina de otro costal.
