Ricardo Magaz – La Espada y la Pluma
Hay quienes confunden el verso con el favor político. Luis García Montero, funcionario de la lírica, quiso hallar en la poesía lo que nunca consiguió en las urnas. Su aventura electoral en las autonómicas de 2015 en Madrid acabó en fiasco: ni votos ni escaño, pese a liderar la lista. Una humillación. Pero donde no alcanzaron los sufragios, llegó el dedo. Y así, por obra y gracia del poder, hoy dirige el Instituto Cervantes como su cortijo granadino.
Desde allí, con aire de pontífice cultural, se atreve a dar lecciones al director de la Real Academia Española (RAE), Santiago Muñoz Machado, jurista y académico de prestigio; mientras uno defiende la lengua, el otro la utiliza como escaparate de su vanidad política frustrada.
Pero no nos engañemos. García Montero no rige el Cervantes por méritos literarios, sino por conexiones de partido y apellido prestado. Sin Almudena Grandes —la verdadera escritora del hogar— jamás habría cruzado las puertas del Cervantes. Su gestión caudillista ha convertido al Instituto en una delegación ideológica del Gobierno, más atento al aplauso de los suyos que a la defensa del español.
Lo grave no es la disputa con la RAE, sino el daño colateral: la lengua, convertida en moneda de cambio. Mientras los poetas oficiales como García Montero loan al Régimen, el idioma —ese viejo y noble refugio común— se sonroja de vergüenza.
Saldrá por donde entró, por la gatera de la puerta de atrás.
