Pasando el puerto – M.A. Macia
El actual momento, tan líquido y falto de militancias, es incompatible con fijar el
inicio o el fin del verano sin meterte en algún lío. Por eso cada cual lo pone donde puede. Únicamente no admite discusión el señalamiento del culmen del estío, al respirar fuertemente esos diez o quince minutos que transcurren después de comer. Justo antes de la siesta. No se llama sobremesa porque se vive en soledad. Ocurre un día de diario con la única compañía de una silla de mimbre y en ese rincón por donde nunca pasa el tiempo, al verdor de las hortensias si las hay, se disfruta del momento anual de mayor trascendencia. Mas que las doce uvas de fin de año. El verdadero rubicón, la frontera entre lo vivido y lo que queda por vivir se supera con la primera cabezada en la neblina fronteriza de la vigilia adormecida por el calor. Recogiendo en cada cabezada el conocimiento de los que antes ocuparon ese mismo sitio. Lo que ya ha pasado se deja atrás y lo que viene se tratará de gobernar como buenamente se pueda. Otros dicen cargar las pilas y, si lo piensas bien, es lo mismo. El verano es otra coincidencia.
