Pasando el puerto – M. A. Macía
El ferrocarril entre Astorga y Ponferrada supuso un reto titánico que hoy languidece sin respeto alguno. Ni por su relevancia histórica ni por su indudable importancia vertebradora del noroeste. De forma tan sutil como indisimulada recibe traicioneras cuchilladas por parte de quienes ostentan la responsabilidad de su gestión. Ayer fue la supresión de los interventores. Antes el cierre de las taquillas para justificar la falta de cifras de viajeros y sin datos ni tornos de conteo concluir que nadie usa el tren y puede eliminarse sin consecuencias. En origen la programación de horarios y frecuencias exactas para no dar servicio a nadie. Ahora la limitación a treinta en infinitos puntos por derrumbes, desprendimientos en laderas, problemas estructurales y distancias de frenado que, bajo el incuestionable argumento de la seguridad, convierten el trayecto en un viaje al pasado. Al siglo diecinueve concretamente, donde las velocidades medias del trayecto era las mismas. En abril se anunció una millonaria intervención que conlleva el cierre de la línea por mucho tiempo. Pensando mal podría concluirse que se están colocando las piezas para una final jugada maestra: jaque mate. Y derrota de los mismos, evidentemente.
