E. RAMOS CRESPO
“¿Heredarán los robots la Tierra? Sí, pero serán nuestros hijos”
Marvin Minsky, científico estadounidense y uno de los padres de la IA.
Admito que tengo respecto de la Inteligencia artificial el temor de los ignorantes. No la uso, la conozco poco y a veces me reconozco en aquellos hombres de finales del siglo XIX que despreciaban como una extravagancia sin futuro la movilidad con motores de explosión.
En todo caso, y dado que se va metiendo en nuestras vidas por todos los intersticios posibles, incluso algunos que no sabíamos ni que existían, habrá que rendirse a la evidencia como acabaron haciendo aquellos devotos de la locomoción con tracción de sangre que en algún momento tuvieron que dejar de ver a los coches de gasolina como el carro de Belcebú.
Y una de las grandes aplicaciones que se me han ocurrido para la inteligencia artificial es, directamente, que nos gobierne. Ya que quien lo hace de inteligencia natural está escaso (o la guarda toda para él y no la pone a trabajar para el bien común), vamos a hacer que un algoritmo decida que puede ser lo mejor para nosotros.
Veamos, por ejemplo, la última situación dramática vivida en estas tierras: los medios de extinción se revelaron escasos y mal coordinados; eso es una evidencia. Metamos en la termomix del algoritmo datos fiables: este año tras las lluvias hay tantos millones de metros cúbicos de biomasa, a tanta distancia, las previsiones de tiempo a largo plazo son X, tenemos tantos miles de hectáreas arboladas, tantos de monte bajo, tantas… Apretamos el “botón campeón” y nos salen los cientos (¿miles?) de bomberos forestales, las decenas de autobombas, los cientos de coches y el puñado de helicópteros que necesitaríamos para tener una cobertura razonable; y con otra vuelta su distribución eficiente. Nada del coordinador paniaguado o del ministro o consejero, maestros liendre que de todo hablan y de nada entienden, que contratan el dispositivo a mayor gloria del amigo y, si se tercia, de la comisión correspondiente.
De este modo, al menos, la única responsable de futuras situaciones desfavorables, sería la propia máquina. En la situación actual seguimos entre todos diciendo que quien tenía la competencia no tiene la responsabilidad y que si soy una administración adolescente, la culpa es de mi padre-estado que pone en mis manos cosas que no se manejar. Con una Inteligencia Artificial se terminarían esas escurriduras de bulto que, de no ser una opinión pública adocenada y pastueña, nos estarían avergonzando como sociedad y como individuos.
Y es que la IA nos ofrece una versatilidad colosal: desde las microadministraciones hasta la gobernanza global: ¿Cuánta pintura amarilla nos hace falta para bordillos? ¿Cuáles están más despintados?: brigada Leonardo Da Vinci de las bellas artes del Ayuntamiento de Astorga, hoy aquí, mañana allá y pasado mañana acullá. Y no donde diga el concejal porque le ha calentado la cabeza un vecino y “vamos delante de su casa a ver si se calla”.
Crecimiento del gasto militar ¿hace falta? ¿Sí? ¿A quién le compramos la bomba? “Al que conviene que es el que la tiene más barata y más eficiente? ¡Ah! Que ese es el chino. O el ruso. Las de los americanos son de caramelera”. “¿Pero cómo vamos a desairar al Tío Sam” “A mí no me pregunte: soy una IA. No tengo sentimientos; estoy programada para hacer exclusivamente lo que conviene”
Ayudas de Bruselas para aeropuertos como el de León o el de Valladolid que cuestan más que valen: nada. “Oiga, que esos de León y Valladolid votan y hay que seguirles poniendo señuelos”. “Sí; pero la elección va a ser entre yo y otra IA. Falsa disyuntiva. Prácticamente como ahora”. Ayudas a la PAC ¿Queremos que lo gordo se lo lleve el Duque de Alba o se reparta entre los paisanos de los pueblos con 300 hectáreas de maíz? “Los de los pueblos, los de los pueblos. Muy bien, pues metemos otra variable a la máquina y el que algoritmo haga su magia. “Oiga es que el duque de Alba financia el partido” “Yo soy una IA no tengo esas necesidades”.
Claro que, bien mirado, instalarnos en esta distopía, nos acerca al Gran Hermano que premonizó Orwell en su novela 1984 (publicada en 1948, señor Feijóo. 1984 es el título). Pero aún mejor mirado, la reflexión es si no estamos ya así. Si esa gente a la que votamos son meras correas de transmisión de intereses sobre los que no tenemos capacidad de influir. Cuando tienen que dar la cara por sus responsabilidades, se limitan a mirar para otro lado y echar la culpa al empedrado.
Además, si las IIAA terminan por sustituir a toda una legión de políticos y chupatintas en los diferentes niveles de las administraciones, las colas del paro iban a parecer las del Racionamiento en la Posguerra. No sé. Todo son dudas.
