ENRIQUE RAMOS
Reflejaba este periódico el mes pasado una buena nueva, contradiciendo aquella máxima del antiguo periodismo de que las buenas noticias no son noticias. Por fin, en más de tres lustros, se había producido un movimiento de tierras en parcelas del polígono industrial de Astorga. Este movimiento de tierras, aunque no había confirmación oficial, se vinculaba a los anuncios realizados desde el equipo de gobierno de la venta de parcelas y de empresas con intenciones de instalarse en Astorga.
A raíz de aquella publicación, el propio ayuntamiento hizo un comunicado en el que advertía que, además de las nueve o diez parcelas vendidas en los últimos tiempos, aún quedaba suelo industrial (cinco parcelas) disponibles para empresas que se quisieran asentar. Vaya. Se acabó la buena noticia. O sea, que si se han vendido una decena de parcelas y quedan cinco por venderse, pero la tercera fase del polígono industrial es un erial con un puñado escaso de naves construidas, quiere decir que hay parcelas que están vendidas pero sobre las que no se ha construido. Los viejos del lugar y a los que la memoria nos falla aún poco recordamos que allá por 1990 cuando se echó a andar el polígono de Astorga una cláusula pretendía evitar que se especulase con el suelo industrial imponiendo al comprador de parcelas la obligación de levantar en un plazo máximo de dos años una nave en el solar industrial adquirido; de otro modo, la sociedad gestora del polígono rescataría el terreno y devolvería lo pagado al comprador.
Pero esa cláusula nunca se activó. Las expectativas de un crecimiento industrial en Astorga se truncaron o quizás acaso fueron excesivas desde su mismo inicio y los promotores del polígono industrial se fueron conformando con ir vendiendo parcelas a quien se las quisiera comprar aunque no desarrollasen después actividad alguna en ellas. La empresa gestora, que controlaba en aquel momento la Cámara de Comercio tuvo ahí una fuente de ingresos, por cierto bastante cuestionable: si ese polígono se ha adquirido, explanado y levantado con dinero de todos gracias a subvenciones recibidas por el Ayuntamiento y también con recursos propios ¿por qué no acaba sirviendo para lo que fue concebido, que es generar actividad y, se supone, puestos de trabajo? Es como si hasta ahora alguien hubiera vendido lo que no era suyo para cosas que cualquiera sabe si debían haberse hecho.
Pero el Ayuntamiento ha rescatado el Polígono Industrial, entre otras cosas porque la gestión de la Cámara se mostraba manifiestamente mejorable. Además con esta asunción del área industrial, se consigue tener un polígono municipal para entrar en las ayudas de la Diputación. Seguramente para conseguir esas ayudas haya que tapar agujeros que se han venido generando por lustros por otro lado, pero, efectivamente, en algún momento hay que poner pie en pared y mejor una vez colorado que ciento amarillo.
En el mundo que vivimos ahora ,2 punto cero, 3 punto cero o 4 punto cero, que no se sabe ya por cuál vamos, las políticas industriales “de polígono” que se siguen desarrollando en estas latitudes, están bastante superadas. Las grandes superficies y las grandes parcelas son demandadas básicamente para la logística. Amazon, Mercadona o Decathlon necesitan naves enormes en las que alijar sus productos y siendo mejor eso que nada, la mecanización de esos espacios de recepción y expedición de mercancías cada vez requiere menos personal de cualificación media-baja. Líneas de clasificación y almacenaje robotizadas a menudo son manejadas por control remoto por una persona que puede estar a decenas de kilómetros. Esas naves ultramodernas cada vez tienen menos carretilleros y más robots. Lo que sí generan es un problema que especialmente en el entorno de León están viendo ya: cuantas más naves se hagan y más mercancía se mueva, más camiones vendrán y las carreteras están como están y son lo que son; así que ya hay voces que advierten que el polígono de Villadangos puede morir de éxito precisamente porque su acceso genera un cuello de botella enorme en una carretera que, sin ese plus, ya tiene una intensidad media diaria de más de 15.000 vehículos.
Por eso conviene tener cuidado con el fetiche que enarbolan con entusiasmo los políticos en campaña y con acrítica actitud le compran los votantes: suelo industrial, que haya mucho suelo industrial para que vengan las empresas a ponerse ¿Seguro? Hay en Tordesillas un espacio industrial inmenso al lado de uno de los grandes nudos autoviarios del noroeste donde confluyen los que van a Madrid, los que van a Galicia y Asturias; los que van a Salamanca y Portugal; los que van a Zamora y los que van a Valladolid y Burgos; todos por carreteras de alta capacidad. Ese polígono del SEPE, la entidad promotora de suelo industrial del Estado, tiene un puñado de naves levantadas y miles ¿millones? de metros urbanizados con sus farolas y todo, pero sin una construcción. Y no es el único, la piel de toro está sembrada de ejemplos similares. El polígono porque sí, no es solución de nada; una empresa asentada fuera de un polígono industrial, da trabajo; un polígono sin empresas, no lo da.
¿Qué hacemos, pues? ¿Dónde está el modelo? Pues desgraciadamente, por aquí cerca hay poco que ver para copiar. Incluso las propuestas que han nacido para generar sectores productivos relacionados con las nuevas tecnologías tienen una actividad tirando a discreta. Parques tecnológicos como el de León o el de Boecillo (Valladolid) no pueden presumir de ser liderazgo de nada dentro de su sector; y no es que lo diga un servidor: el músculo I+D+I de Castilla y León supone el 4,2% del total nacional, un punto menos que su aportación en población y casi dos que su aportación en PIB. Seguimos enfrascados en hacer cosas que se vean con traíllas allanando tierra y hoy la economía se está dilucidando en el mundo del silicio que solo se ve en una pantalla.
