J.J.A. PERANDONES – La tolva
Nada aparece crecido en el campo, a no ser, en algunas fincas de regadío, por los pagos de Entrealtares, Tiro de la Bola, La Sienra…, secos maizales pero altivos, aún no cosechados. En el campo, de secano y en parte de su regadío, pronto despuntarán en un tapiz verde los cereales, el trigo, la cebada, el centeno; y en algunos predios la colza, y en otros, muy escasos, la manzanilla. En varias parcelas, a las que llega el agua de la Moldería, se aprecia la tierra en barbecho, volteada por la vertedera, y no será hasta abril o mayo cuando reciban la siembra del maíz, apenas de la patata y de la remolacha. A nuestro lado, pues, la naturaleza se renueva cada año, fruto de una labranza que va cultivando las lomas y las llanuras. No viven en la bimilenaria ciudad los agricultores, sino en San Román, San Justo, Carneros…, pues los nuestros, unos pocos, jubilados, poco más cultivan que para consumo propio. Las casonas de labranza o de los hortelanos, de San Andrés, de Rectivía, de Puerta Rey, con sus cuadras, sus pajares y caballerizas, han sido reconvertidas para exclusivo uso familiar. El signo de los tiempos: habitamos la ciudad, en la que van desapareciendo los oficios, los comercios familiares, casas de histórica vecindad, pero cuando divisas su entorno, desde donde nace el sol hasta donde en la alta montaña se acuesta, según la estación aún el campo reverdece, amarillea y muestra, en terrones, su pardo manto.



