PIEDRA DE AFILAR – Enrique Ramos
Como cada año, el 12 de octubre vuelve a enfrentar en este mundo a tirios y troyanos, cartagineses y romanos, pero ahora respecto a la presencia española en América. Los que se llevan comiendo la historiografía elaborada a este lado del Atlántico venden que fue una gesta civilizadora mientras que los que hacen lo propio con la del otro lado del charco sostienen que fue un expolio a sangre y fuego de un edén que dejó de serlo cuando llegaron los españoles.
Ni lo uno ni lo otro: ni los pueblos de la América precolombina eran homogéneos ni todos los conquistadores eran salvajes con un corazón bruñido de ambiciones. Muchos indígenas se aliaron con los recién llegados para sacudirse la esclavitud de crueles vecinos que llevaban siglos poniéndoles yugo y cepo y muchos conquistadores se mestizaron con las gentes que poblaban aquel territorio como acredita mucha de la población actual desde Río Grande a Tierra de Fuego.
Pero sobre todos ellos, mi animal mitológico preferido es el de esos americanos, hijos o nietos de inmigrantes europeos que abrazan el indigenismo presumiendo de escarbar en sus raíces más prístinas, cuando éstas, en realidad, están en España, Italia o Polonia. Y es que en la historia, lo importante es que suelde un país, no que lo que cuenta sea cierto.
