Pasando el puerto – M. A. Macía
La huelga fue una herramienta esencial para trabajadores y oprimidos que modificó el mundo. La huelga, la manifestación y su ejercicio -incluso con sangre- sirvió para configurar derechos y deberes que hoy consideramos irrenunciables pero que, en cambio, eran sueños de calentura hace no tanto. La blanda liquidez de nuestro tiempo, colmada de insatisfacciones y más pendiente de las formas que del fondo, han convertido estos derechos en algaradas festivas que derrochan color con bongos y tambores transformando los fines de las protestas en estribillos donde lo importante es la rima, la espuma y el ruido. Las huelgas y manifestaciones han dado otro giro loco hacia su degeneración con la complacencia de quienes protestan. Ahora, incluso, las convoca el poder contra las propias medidas que el poder gestiona. Esta semana por ¿Gaza?, ayer para eliminar el peaje. Pronto contra su propia responsabilidad. Es la sublimación de la maravilla. El robo al oprimido de la última herramienta que podía utilizar para su reivindicación. Un hurto de la protesta que nadie vio venir y que banaliza las manifestaciones hasta el absurdo. Mañana haré huelga contra mi responsabilidad por este texto infame.
