Marco A. Macía – Pasando el Puerto
Circulaba a través de las ventanas del cuartel de Santocildes un aire de esperanza que se respiraba en todo el noroeste. Una imprescindible inversión de cifras millonarias se planteaba como el mejor argumento contra la guerra. Entre cañones y tecnología también había sitio para la logística que requiere transportar ejércitos en ferrocarril, como ya hicieron precisamente las legiones romanas al inventar la ruta de la Plata. Una ventana con aire de esperanza a la que esta tierra se agarraba sabiendo que el clavo estaba ardiendo. A él se urgían las manos de la paradoja al apostar por el armamento como revulsivo económico. Pero los detalles del arenal donde se fabrican los elementos punteros que, casualidad o no, son made in Israel provoca que pinten bastos a la hora de confirmar contratos. Todo por esa doble moral de sainete que obliga a comprar balas con denominación de origen y clasifica las pistolas por el código postal del fabricante. La globalización no alcanza a los militares y la inversión peligra por un estúpido remilgo con pinza en las narices. Una contorsión ideal para quedar bien y malmeter moralina envuelta en plomo.
