El precio es lo que pagas. El valor es lo que recibes.
Warren Buffet. Economista estadounidense
Enrique RAMOS CRESPO
Argentina es ese país del que desde hace décadas la gente quiere emigrar, en especial a países europeos. Para casi todos ellos es, en realidad, un “retorno genético”, porque por las venas de casi el 80% de la población del país actual corre sangre italiana o española procedente del aluvión migratorio producido entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX.
Como las redes sociales se encargan de tocar todos los palos posibles, y el interés de los argentinos por salir del país está ahí, hay varios creadores de contenidos que producen vídeos en los que muchos que se han establecido en España cuentan su experiencia a los que se quedaron allí. Casi siempre vendiendo una imagen edénica del país europeo en detrimento del americano. En uno de estos vídeos se comentaba hace poco la situación de los precios en el país: una cesta básica de 14 productos comprada en un supermercado bonaerense no solo resultó ser un 150% más cara que los mismos productos adquiridos en un supermercado valenciano, sino que el cálculo sobre el esfuerzo respecto del salario mínimo en Argentina y en España era demoledor: para comprar aquel carrito en Valencia se empleaba algo menos del 3% del salario mínimo español, mientras que en Argentina, era un 20%, porque además de ser mucho más bajo el salario, como decimos, el producto era más caro.
Pero aquí, el autor del vídeo preguntaba ¿pero no están diciendo que la inflación está contenida en Argentina? Y uno de los interpelados daba la clave “¿Qué más da que hoy tengamos una inflación del 3% si hace medio año la teníamos del 30%? Todo ha subido tanto que ahora ya no puede subir más; pero la vida sigue encareciéndose sobre lo carísima que se había puesto ya”
Y he ahí la clave. Y no. No respiremos pensando que pobres argentinos que vienen a España a restañar sus heridas sociales y económicas. Están llegando a un país donde pasando lo mismo, pasa de manera menos acusada, y para ellos, y para el común del mundo, vivir en esa espiral de estafa llamada inflación, se han convertido en algo normal: los precios han de subir, pero debemos conformarnos con que no suban mucho. Ya ¿y los sueldos? Porque me pueden contar que en España (o en cualquier país de la UE) llevamos más de cincuenta años sin tasas de inflación que hayan superado el 5%. La devaluación continua del dinero que ocurría en el franquismo, cuando un duro pasó de ser el salario de un jornalero en 1940 a no dar apenas para comprar un periódico en 1970 no se da ahora ¿o sí? Porque de aquellas, con el banco de España imprimiendo billetes a lo loco, también subían los sueldos; pero ahora, por cada punto que crecen los precios, en el mejor de los casos los salarios suben una décima. Y como en Argentina, las cosas han subido tanto, que ya no tienen más que subir.
Todo esto es una espiral de estafas. Por si fuera poco la inflación, también tenemos la reduflación. Nos han colado por la puerta de atrás las docenas de diez huevos, los medios kilos de una libra y los tres cuartos de litro de 700 centilitros. Poco a poco, con menos sobresaltos que en Argentina, pero nos van conduciendo al redil del que ya no saldremos: primero nos dijeron compre en la tienda, y no pierda el tiempo comprando al labrador y al ganadero; después nos convencieron de que la tienda era algo antiguo y nos llevaron a un supermercado lleno de neón y aluminio que soportaba frutas barnizadas como si fueran plástico; pero ahora tampoco vale y nos dicen: pida la compra por Amazon, sea moderno y funcional, que se los llevo a casa.
-¿Y si no me gusta?
-Se lo devuelvo
-¿Y mientras me traen otra cosa? ¿Paso hambre?
Cuando no queden tiendas, ni supermercados, y solo quede Amazon para traernos desde una caja de pañuelos de papel hasta el pan, será Amazon quien decida que comeremos pañuelos de papel en lugar de pan. Y tragaremos. Tragaremos porque hemos normalizado la estafa de los señores de la distribución, de la banca, del capital vestidos con trajes caros y protegidos con la complicidad necesaria y suficiente de esas criadas de cofia y servilismo llamado poder político. Y además, desde un periódico o desde la tele, o desde Youtube, algún gilipollas voceará “el papereating, la tendencia que llega de Estados Unidos para quedarse” para remachar el último clavo en el féretro de esa cosa llamada humanidad.