Pasando el puerto – M. A. Macía
Son tantos los llamativos detalles que dejó el genial Gaudí en su obra que no caben en un estudio. Entre las vueltas de piedra de cada arco y los remates al cielo del Palacio repartió innumerables llamadas para detener el ojo y recrear la imaginación al provocar preguntas; esa piedra está ahí por necesidad, premeditación o sólo diseño. El juego se completa cuando cada cual trata de meter todo el conjunto en la retina y sin querer descubre otro detalle más llamativo que el anterior. El ojo regresa de lo global a lo mínimo. Una forma extraña, una ventana misteriosa sin nadie que se asome, un círculo de piedra irrelevante pero perfecto, esa balconada sin balcón. La dureza angulosa del granito convertida en curva suave que viajó desde la cabeza del arquitecto al trazo de los planos, dibujados con maestría para no mostrar lo evidente y con el aliento para provocar la búsqueda y atraer. Para generar el deseo de entrar, de recorrer todos los vericuetos del edificio y saciar una curiosidad que no suscita cualquier otra construcción. El estudio quizá concluya fijando mayoría de miradas en los arcos abocinados capaces de absorber como un agujero negro. O en la armonía de las ventanas salpicadas. O en la sencilla conclusión de tras muchas miradas sale de la mayoría de las bocas y que se resume en: simplemente perfecto.



