ENRIQUE RAMOS
Una vieja (y doméstica) paradoja de las matemáticas pretende demostrar que no es una ciencia tan exacta como presume. Solo que lo hace a través de una formulación tramposa pero aparentemente coherente. Dice que tres personas acuden a un bar y les extienden su consumición por un total de treinta euros; protestan porque les parece caro y el propietario ordena al camarero que les devuelva cinco euros. Al camarero le parece mucha devolución y opta por retornar a los clientes solo tres euros y quedarse él con otros dos. Según esta formulación popular y tramposa, cada uno de los tres clientes pasará a pagar solo nueve euros, en total 27, se añaden los dos que se guardó el camarero… y nos falta un euro.
La formulación del “problema” ya decimos que no es la correcta y gracias a esa condición errónea de sumar con disimulo peras y manzanas es capaz de llevarnos a este callejón sin salida. Algo parecido estoy viendo desde hace ya varios años, tantos como el siglo, por lo menos, hacer a la megafonía mediática de este país, servidores serviles de los dueños de su tinta. Ya incluso por ley han conseguido que nuestra edad legal de jubilación se extienda más allá de los 65 años; pero es que ahora, ya nos están pintando el apocalipsis al carboncillo. Esta misma semana un sesudo estudio de un servicio de ídem de un banco anunciaba como trompetas de Jericó tumbando la muralla del Estado del Bienestar que los jóvenes que ahora acceden al mercado de trabajo no solo se jubilarán más tarde, sino en peores condiciones, cobrando apenas el 60% de su salario. No deja de ser casualidad que el tal banco tenga en los planes de pensiones, de jubilación, de ahorro o llámenlos como quieran uno de sus segmentos potentes de negocio. Los bancos opinando sobre esto son como una zorra diseñando la cerca de un gallinero o como un capo del narcotráfico recomendando que solo se consuma cocaína certificada.
Lo más grave de todo no es que vaya a ocurrir. Lo más grave es que nos estén convenciendo de la inevitabilidad del suceso. Y aún más grave es que la legión de curritos que sigue sosteniendo este país cada vez con menos margen, esté comprando de manera acrítica envuelta en fútbol, en Master Chef o en la isla de los Famosos, este discurso que es letal precisamente para los que cada vez lo pasan peor.
En un país donde cada vez se trabaja más y donde los números de la economía van mejor, resulta que los que trabajan cada vez llegan peor a fin de mes. O pagan los recibos o hacen la compra, pero al mismo tiempo escuchan a esa rehala de circunspectos trajeados y se tragan su cuento sin pestañear. Como en el problema del camarero sisador, me estás explicando que esto va como un tiro y al mismo tiempo me estás diciendo que tengo que cobrar menos y que tengo que mirar para el futuro. ¿Qué futuro? O como o ahorro; pero para las dos cosas no me da.
Nos tienen donde querían. Las sociedades occidentales, no solo la española, se han convertido en barcos guiados por el algoritmo. George Orwell, que en su 1984 (el libro se titula así, señor Feijóo, no es que lo escribiera ese año) ya lo previó, aunque no fue capaz de afinar tanto con la herramienta con la que el Gran Hermano iba a controlarnos a todos desde su panóptico virtual; pero lo cierto es que el que maneja ese algoritmo es que nos lleva ¿Se te ocurre que podrías ir mañana a León? Mientras lo estás pensando, tu teléfono amigo ya te sugiere si ir a este restaurante, aquella iglesia o aquel bar ¿Se te ocurre que con cuarenta años cotizados ya está bien y que podrías jubilarte? Tu terminal te dará todas las disuasiones posibles de esta peregrina idea que has tenido. Mientras te convencen de que eres clase media porque no te manchas las manos en tu trabajo, te están diciendo que no te queda otra que morir como tu bisabuelo, encima del surco y agarrado a la tiva porque tu salario de precariado de cuello blanco apenas te da para llegar al día 20 de cada mes.
Estamos normalizando que volveremos a morir con el mono puesto como ocurría hace setenta años en este país; como está ocurriendo en algunos, no precisamente del Tercer Mundo como Estados Unidos o Chile donde los experimentos del neoliberalismo brutal de la Escuela de Chicago ha condenado para los restos a una sociedad a la que le roban todo salvo el miedo; hoy te quito este poco de sanidad, mañana aquel poco de educación; el ascensor social lo dejamos sin servicio de por vida y así, poco a poco, tenemos a abuelos de 80 años conduciendo un Uber porque su pensión no le da para vivir.
