Pasando el puerto – M. A. Macía
Ahora que en la muralla sólo se libran batallas contra el colesterol con resultados desiguales hemos olvidado el carácter monumental de esta magna construcción. Y en ocasiones hasta le hemos perdido el respeto. Si lo tuvieron, respeto digo, los astorganos de hace dos siglos cuando veían llegar amenazas a caballo arrastrando cañones de artillería, o anteriormente cuando temblaban las monedas en los bolsos y en los ojos de los traficantes que querían entrar evitando pagar portazgo o negociar sin tasas. Y mucho más atrás cuando se cerraban las puertas a las pestes que diezmaban a las ciudades que no tenían muralla ni puertas que las blindasen. En definitiva: convivencia plena entre ciudad y muralla, siendo imposible delimitar dónde acaba una y se inicia la otra. Con estos antecedentes se entiende mal que ahora la muralla se considere materia de disputa si unos hacen por mejorarla y los otros por discutir las mejoras. Tiene mal encaje que no se empuje de a una por su conservación y brillo y todo sea enredo por ejecuta tú este presupuesto que firmé yo. Ya quisieran en cualquier otra ciudad tener muralla para reconstruirla y cuidarla como merece. Para mantenerla a la altura debida, a esa que obliga a mirar hacia arriba con ambición y no al ombligo de las piedras caídas.



