Pasando el puerto – M. A. Macía
Es simple: nadie en su sano juicio aplaude una guerra ni asiente impasible al desgarro que provoca.
Es imposible no conmoverse y condenar la destrucción, el dolor y la muerte. Es igual de simple considerar que agitar vehemente una bandera y tomar partido por un bando te otorga un suplemento de razón del que carece el contrario.
Y no es equidistancia, sino simple maniqueísmo proporcional a la distancia con el conflicto. A mayor distancia de la guerra, mayor número de clarividentes y predicadores de sus fáciles soluciones.
Hasta aquí no llega el ruido de la explosión ni el tufo de la muerte y, consecuentemente, es aquí donde se resuelve expeditivamente el nudo por el que allí se acuchillan.
Todo simple.
Igual que el cuento del armamento que no llegará- para lamento de esta tierra incapaz de resolver sus paradojas- porque acabamos de descubrir que quienes lo vendían son peores que ayer. Lo que antes era puntera tecnología de guerra hoy es puntera tecnología de guerra, pero de un país peor. Imperdonable.
Y en ese bucle de simplismos nos descolgamos, poco a poco, hacia el abismo.