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viernes, octubre 24, 2025

La despoblación como industria

Enrique Ramos

En la naturaleza no hay recompensas ni castigos. Hay consecuencias. Robert G. Ingersoll. Político y pensador estadounidense

Llevan los vecinos de Riofrío una semana quejándose de que las vacas de un ganadero andan sueltas y se han adueñado del pueblo; se comen el producto de los huertos, salen a la carretera y han provocado ya varios accidentes y, en resumen, están generando una perturbación seria en la convivencia de la hasta ahora apacible localidad cepedana. No es el primer caso ni será el último: hace un cuarto de siglo cuando hijos del pueblo de Prada de la Sierra quisieron revitalizarlo, se encontraron con una vacada enorme que había colonizado todas las casas del pueblo, iglesia incluida; después de mucho gestionar y negociar consiguieron que aquella enorme cabaña vacuna fuera recogida en un redil y pastoreada por personas como se ha hecho toda la vida, o al menos por un hilo electrificado como se lleva haciendo algunos años menos.

En Riofrío, en Prada, y en otras decenas de sitios que no salen en los medios, el ganado campando a sus anchas por los pueblos, sin freno ni coto, es solo un ejemplo de en qué está degenerando la despoblación del mundo rural. La falta de población ha terminado haciendo a la poca que queda rehén de los intereses de uno solo que se enseñorea de tierras y casas para su uso y disfrute. A veces es un hijo del pueblo y otras veces es un oriundo.

Y no solo ocurre con el ganado: tierras de secano que llevan baldías decenas de años, de repente empiezan a ser labradas por un tractor grande como un castillo; casi siempre para sembrar un cereal cuya rentabilidad real no sale de la cosechadora, sino de la PAC, y cuando no, para repoblar con pinos acogidos a las subvenciones de reforestación. El tractorista labra lo suyo y lo que no es suyo; revienta termeneros, allana vaguadas, rellena pasos de agua…. Depredando en beneficio propio un equilibrio de propiedad de la tierra y de forma de trabajo que hizo que las gentes de ese pueblo hayan llegado hasta aquí.

Porque quien ha arrojado de los pueblos a la gente es, en buena medida el hecho de que agricultura y ganadería se hayan visto obligadas a sucumbir al esquema capitalista. Seguramente al ganadero de Riofrío le salga a cuenta tener vacas libres por el campo cepedano, pero igual ya no le sale si tiene que pagar un pastor para que las vigile y las someta. Lo mismo al tractorista cazaprimas que labra un secano que no  había visto un arado desde que los movía una pareja de bueyes e igualmente a la media docena de agricultores profesionalizados que quedan labrando en un pueblo la misma superficie de regadío de la que hace cincuenta años vivían cuarenta familias.

Y así, siendo más grandes y concentrando, llegamos a que la explotación de doscientas vacas lecheras también ha dejado ya de ser rentable, pero sí lo es una que va a poner una multinacional muy buena y muy caritativa con seis mil cabezas estabuladas en aquel pueblo en el que, total, ya solo quedan ocho pensionistas. Da igual que les huela mal, que les contaminemos el agua.

El desierto acaba por ser el codiciado objeto de deseo para quienes quieren desarrollar aquello que se llamaba actividades “nocivas, insalubres, tóxicas o peligrosas”. Ya, de puestos, que más nos da que huelan a vaca que a lodos de depuradora o a residuos industriales de ese vertedero al que vamos a llamar parque de valorización. Si además, al consejero le damos lo que pida y a los alcaldes, pobrecitos calzonazos, les damos lo que nos dé la gana. Lo tenemos todo arreglado; como hace la mafia, si no te gusta, te vas; y cuantos menos queden, más barata sale la mudanza.

Y como ya no queda nadie, ni siquiera para protestar, tenemos un campo enorme para seguirlo sembrando de aerogeneradores, de placas fotovoltaicas y mira, como lo nuclear no está totalmente descartado, podemos recuperar aquel viejo proyecto de una central atómica en Valencia de don Juan. Total, es León, el gran vertedero.

El sábado pasado, en Santibáñez de la Isla, la ilustre compañera de oficio, Ana Gaitero, acogida a ese espacio de reflexión y conocimiento llamado Renacimiento Rural Leonés, conferenció precisamente sobre este tema y sobre cómo la despoblación se ha convertido en un negocio para algunos. Ahora bien, por encima de tractoristas cazaprimas, ganaderos invasores, labradores intensivos y promotores de plantas tóxicas, en el asunto de hacer negocio con la despoblación, mi animal mitológico preferido es el académico. Ese geógrafo, demógrafo, sociólogo, economista, politólogo, ecologista… que vive en León o en Salamanca o en Valladolid o en Madrid y viene un mes a su casa en el pueblo y unas horas a esa mesa redonda que ha convocado tal periódico o tal digital regado con abundante dinero público para dar lecciones de cómo vivir en el pueblo a los que se han quedado de verdad en él.

Con la cantidad de aquelarres de este tipo que se han hecho y se siguen haciendo, si esa gente fuera tan docta como aseguran sus escritos y su reputación académica y los medios dopados con el dinero de todos fueran tan útiles, a estas horas León en lugar de un desierto debería ser una megalópolis.

ENRIQUE-RAMOS-2

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