Pasando el puerto – M. A. Macía
Por ese acomodo tan propio entre quienes no la hincan se extiende la creencia de que todo cae del cielo. Desde las infraestructuras hasta el pan nuestro de cada día. La confianza en que existe una maldición irreversible que condena a la quietud, a la falta de proyectos y a que todo siga igual hasta el infinito. La consecuencia natural invita a la comodidad de bajar los brazos y envolver al cuello la bufanda bordada con un rotundo no tenemos remedio, a pesar de tener patrona exclusiva para tal advocación. El panorama que provoca esta actitud mantenida por quinquenios es desolador y se retroalimenta en círculo: aquí no hay nada, no hay futuro, ni lo intentes. Nada mejor para el desarrollo de un territorio que el silencio del resto y son cientos los casos de avance de una comarca porque la vecina andaba a uvas. La rueda de maldición se rompe dando un golpe en la mesa y mirando en la misma dirección, que se pronuncia unanimidad. Buscando la puerta de salida del bucle y tirando otra piedra al lago del olvido al solicitar con La Bañeza la reapertura del ferrocarril. Y después otra. Dando matraca con dignidad e inteligencia.
