Pasando el puerto – Marco A. MACIA
Por una de esas convenciones que todos asumimos como ciertas le atribuimos al destino un carácter caprichoso cuando, en realidad, traza sus vueltas de montaña rusa sobre la suma de hechos aleatorios que desencadenan consecuencias inmediatas. Murió atropellado por un coche, lamentamos ante un titular de sucesos: el destino fijó en ese parachoques el fin de sus días. Pero en realidad no fue el destino, sino su empanada, quien le propuso cruzar con el semáforo en rojo. En todo caso, bien el destino o bien el calendario, alguien ha determinado que se publique esta columnilla en el día de los inocentes con el peligro de dejar en el aire de la incertidumbre las certezas que en cualquier otro día parecían irrebatibles. Si ya es complejo ofrecer criterio propio y dar credibilidad a lo que se publica, la pretensión de acertar el día de los inocentes se convierte en reto titánico. Pero, qué demonios, para eso se creó este día. Para confundir al personal con la duda. Para ganar fieles en la desconfianza. Para dar media vuelta al colmillo retorcido de quienes ya no se tragan nada. En la era de los bulos y los pseudomedios, de los reflejos y los destellos angulosos, hoy se conmemora la santa verdad. Hoy, y sólo hoy, se ensanchan las tragaderas para que el resto del año se puedan llenar fácilmente los buches de las medias verdades. Aprovechemos, jubilosos, que el destino nos ha puesto este día para relajarnos el resto del año. Creedlo todo.