J.J.A.PERANDONES – La tolva
Aunque una primavera adelantada, unos días calurosos, nos cuajen de flores los frutales, es el nuestro un clima frío. Y sucede con frecuencia, este año en las tierras que de Astorga se extienden hacia el Finisterre, que aquellos pétalos blancos o rosáceos, los estambres y hasta el cáliz una mañana cualquiera, después de una o dos heladas, aparecen ante tus ojos como hojas de tabaco calcinadas. Si desolado los llevas a tus manos observarás, por sus pedúnculos, cómo no se rindieron ante enemiga tan chupóptera y fiera. Es mayo mes traicionero; te confías porque ha pasado la temida helada de la Cruz de Mayo y adentras en la tierra las plantas de tomate, de pimiento, con la esperanza de que maduren antes del septiembre membrillero, y en un par de noches su verdor se ha convertido en un amarillo macilento. Puedes tener la precaución de protegerlas con vasijas de agua sin tapón pero enraízan con un tallo de un verde tibio, que no intenso; mejor remediarse con las viejas tejas en cumbrera, de las antiguas cerámicas, pues por ellas se cuela el sol, las libran del frío del norte y desprenden en la noche el calor del día. Como nos tientan con plantas tempraneras, nos empeñamos en adelantar la cosecha de las más preciadas hortalizas, vano intento si al sol natural ha de crecer el fruto, pues sabios siguen siendo los dichos hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo, y la helada de santa Rita todo lo quita.