Pasando el puerto – M. A. Macía
Si no fuera por las aplicaciones del teléfono móvil que anuncian todo antes de que ocurra sería fácil vivir en la inopia. Pero la bola de adivinación rectangular, el tarot de silicio, el móvil en fin como horóscopo de lo inmediato nos ha privado de la sorpresa de descubrir incluso los cambios de estación. Antes el verano llegaba en el justo momento en el que las cerezas de El Bierzo colmaban de orgullo los tenderetes de la fruta y se apilaban formando pirámides sobre cajas vacías en otra construcción efímera de la abundancia. Si el verano traía calor no faltaba una mano de moscas, de esas que llaman de la fruta, que aguardaban inexistentes momentos de calma para posarse sobre el montón y hacer mérito de su raza. Siempre caras porque eran las primeras. Ayer colgaban del árbol. Esta mismita mañana las recogí antes de cargar la decauve. Dos semanas llevo dando palmadas bajo los cerezos espantando pegas y gorriones. Néctar puro. Cada cual convertía sus palabras en escaparate. Los vendedores no usaban ambrosía y ni falta les hacía. Sabíamos que el verano inmenso había llegado desde el oeste berciano. Hoy sobran cerezas y el móvil canta temperaturas, datos exactos y noticias. Tampoco faltan moscas. Ya no son de la fruta sino de las otras.
