J.J.A. PERANDONES – La tolva
No son como los inmigrantes de Marruecos, de Hispanoamérica…, que cada vez llegan en mayor cuantía para cubrir trabajos que no demandan los locales, pero también cuentan para que no mengüe aún más la población. Sara y su esposo Brendan, una vez que nació el primer vástago, decidieron que ese Madrid de transporte y tumultuoso no era el lugar más adecuado para ellos. Y acondicionaron la casa deshabitada de los abuelos, en el pueblo, cerca de la ciudad en la que Sara había correteado por la guardería, superado el Bachillerato y donde cada año, salvo los pasados en el extranjero, acudía a la cita del Carnaval, la Semana Santa y Astures y Romanos. Las multinacionales permiten trabajar en casa a través de internet, facilitan el ordenador y se ahorran el despacho. Cada mañana Sara y Brendan han de estar conectados con sus empresas, bien para gestionar, o para reuniones de coordinación a través de “skipe”. De vez en cuando deben de trasladarse a la villa y corte o a otra ciudad europea donde les imparten cursos de actualización. Pasada la apetencia de los hippies por nuestras aldeas paradisiacas, puede que esta nueva modalidad de trabajo favorezca cada vez más el retorno. A saber, pero el hijo del irlandés Brendan y de Sara, Patricio, disfruta el río del pueblo, y la ciudad con sus parques y actividades deportivas, su música, y ya tiene a mano el disfraz de Piñata, el capirote de ‘paparrón’ y la lanza del guerrero.
